Contra-tiempo.

Se escribió sobre el escritorio...



"(...) Ya no existía nada, 
la nada estaba ausente; 
ni oscuridad, ni lumbre, 
-ni unas manos celestes- 
ni vida, ni destino, 
ni misterio, ni muerte; 
pero seguía volando, 
desesperadamente (...)" 
(Oliverio Girondo, Vuelo sin orillas)






Danza el tiempo
con puntapiés vestidos de seda,
para que no se sienta su paso
y se ensordezca,
el doliente tic tac
de las manecillas
que suenan.


La melodía se repite
- un, dos, tres y fuera -;
el continuum filológico
la orilla
que no tiene frontera.


Junio.
Madrugada y ocaso.
El viento y la siesta.
Las hojas  bailan,
revolotean.
El ritmo de la brisa,
coro que en las ramas
de los árboles
despierta.


Abandona la estancia tardía
la cúpula celeste
de diáfana estela.
Las estaciones encayadas
esperan que muera
la saliente tarde
y llegue la tregua.


- Esperar esperas -,
esperanzas que se desmiembran.
Caida la tarde,
la noche llega.
La oscuridad en su límite
no deja sombra refleja,
y aunque hay una lumbre que alumbra
no hay luz para la tiniebla.


Danza,
la tonada con fuerza.
El ayer se simplifica
en el hoy que es siembra.
Un compás
la última melodía,
la escena.
El pentagrama se escribe
con los acordes,
sangre
de nuestras venas.


- Todo es tiempo -
Ritmo frenético.
¡Que se abra el salón!
¡Empiece el bureo!
No se detenga la aguja
en señalar
el término,
las alas se desplieguen 
y siga el vuelo,
¡el cénit albergue,
morada para el terco!


La cuestión es simple:
volar
en contra-tiempo, 
- desesperadamente -
y sin extravío,
del derrotero.

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