Tedio.

Se escribió sobre el escritorio...



(Tedio,
esa pequeña muerte)


Mis labios saben a sangre
cada vez que despierto.
Sangre mojada,
coagulada,
como fermento.


La mañana es cruel
cuando la levedad del sueño
abandona
al cuerpo,
el último depósito
en donde se corona
lo que no es
hacedero.


Las sombras caen
como telón
teñido 
de negro,
y un jirón
alcanza a difuminar
el brillo del alboreo.


Despierta la púpila,
se hace vida lo yerto.
El prisma de las cosas
a mediodía
colorea lo que ayer
era adverso.


Y sin embargo
prefiero el gris
de los sueños.
Lo grisáceo que me encuentra
cuando a ellos
me entrego;
las formas desprovistas
de entendimiento,
las caras desconocidas
y mi yo
trashumante, herético.


La mañana arde 
y pulsa
febril 
en el cielo.


- Acto Número Dos -
erguir el cuerpo.
Despertar de la caricia,
de lo indómito
que se hace ajeno.
Elevar la mirada
la vista al empíreo,
suplicar por un día
no igual
al previo.


Morderse los labios,
sangrar
como es merecido el festejo;
toda vez culmine la rutina
la sabida forma
de hacernos;
para así volver,
volver al ensueño:
narcótico que subleva
la perpetuidad consumada 
de lo efímero,
hábito del tedio.

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